“Donde come
uno comen dos”, esta es la frase característica de Alba Saltos, quien a pesar
de pertenecer a la tercera edad, prepara diariamente la comida para diez
integrantes de su familia.
Esta
manabita, que vive en el sitio Sosote de Rocafuerte, no puede dejar que uno de
sus invitados se vaya sin probar tortillas o corviches hechos en su horno de
leña.
Sus
familiares mencionan que incluso Alba puede quedarse sin comer por darle un
“platito” al resto.
Obsequios. Este valor de
generosidad también se aprecia en Andrés Montes, de Puerto Loor, Rocafuerte. Él
dice que cada visitante se va de su casa mínimo con un coco o zapallo.
Sin embargo,
esta hospitalidad no solo sucede en las zonas rurales. En la ciudad también hay
ciertas personas que mantienen esta costumbre.
Leither
Guerra fue una de ellas. Sus nietos recuerdan que cuando vivía, cada visita les
ofrecía de comer lo que tenga en la refrigeradora, que por lo general era un
helado con gelatina. Ellos coinciden en que, antes de saludarlos, ya estaba
revisando en la cocina qué prepararles.
Así también
Clotilde Zambrano, quien a sus 78 años aún sabe preparar un flan de coco, el
cual sirve como postre en casos de visitas imprevistas.
Esta
portovejense recalca que siempre en su casa los visitantes son bienvenidos. “Si
estamos almorzando, le echo más agua al caldo”, comenta entre risas.
Carlos
Zambrano, sociólogo chonense, manifiesta que al ser una cultura abierta al
comercio, se multiplican los gestos de buena voluntad para entenderse con el
otro.
Recalca que
el manabita es una persona muy trabajadora. Le gusta dar muestras de su
laboriosidad, lo cual se refleja en la comida que puede ofrecer.
Sin embargo, en el ‘Manabí profundo’ esta tradición aún
perdura y se espera continúe a lo largo del tiempo
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